Desde otro mundo
(siempre
me pregunté desde dónde)
me visitaste
inesperadamente.
Y así, inesperadamente,
éramos mejores amigos.
Mientras estuvimos juntos,
tu risa (también
inesperada,
a veces mezclada levemente
con el miedo)
lo fue todo:
mi mayor objetivo
y mi energía. Jugábamos.
Ahora,
También inesperadamente,
regresaste a ese mundo,
y me han pedido
que cierre la puerta.
Tu puerta, hecha cenizas,
se aleja para siempre.
No te preocupes:
por si quieres volver
a verme,
guardaré un solo trozo de tu puerta
siempre, entre la azul calidez de mi piel.
Y gracias a ese único trozo,
quizás, alguna vez,
quién sabe cuándo
(si el
tiempo, como un amigo, logra
reconstruir
esa puerta)
podré oír de nuevo
tu risa. Y será de nuevo
mi mayor objetivo
y mi energía.
¿Saldremos de nuevo
a jugar?
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